Después de la fecundación, el ovario de la flor se transforma en el fruto.
Formación del fruto
Una vez que se produce la fecundación, el óvulo fecundado se transforma en la semilla, que contiene el embrión y las reservas alimenticias. Al mismo tiempo, la pared del ovario se engrosa y se transforma en el fruto, que protege la semilla y ayuda a su dispersión.
En algunas plantas -además del ovario- también participan otras partes de la flor en la formación del fruto, como el cáliz (conjunto de sépalos) o el receptáculo (extremo dilatado del pedúnculo floral en el que se insertan las diversas partes de la flor).
Partes del fruto
El fruto está formado por el pericarpio, la parte del fruto que recubre a la semilla y que consiste en el ovario fecundado. El pericarpio está formado por tres capas que, de afuera hacia adentro, son: el epicarpio o exocarpo (piel o cáscara), el mesocarpio (pulpa) y el endocarpio (parte normalmente endurecida que recubre la semilla).
Dentro del fruto se encuentra la semilla, que es el óvulo fecundado. La semilla está formada por el embrión (del que nacerá una nueva planta), el endospermo (tejido nutricional del que se alimenta el embrión) y el tegumento (cubierta que protege el embrión).
Forma, tamaño y consistencia del fruto
Los frutos pueden ser de muy variadas formas según las especies. Existen frutos globosos, piriformes, cilíndricos, espiralados, moniliformes, lenticulares, alados, entre muchas otras formas.
En cuanto al tamaño de los frutos, también es muy variable. Así pues, encontramos frutos desde muy chicos (como el trigo) hasta muy grandes (como el zapallo o la sandía).
Los frutos pueden tener una consistencia blanda o dura. Los frutos de consistencia blanda se los denomina frutos carnosos, como el durazno o la ciruela. En cambio, a los frutos de consistencia dura se los denomina frutos secos, como la nuez o la almendra.